Una mañana muy temprano de 1955, el entonces capitán Porfirio Pereira Ruiz Díaz fue llamado al despacho del comandante de Ingeniería del Ejército, general Mario Coscia Tavarozzi. Se le encomendaría la misión de abrir una ruta de 200 kilómetros que atravesaría la espesa selva en línea recta desde Coronel Oviedo hasta el río Paraná. El joven oficial no tenía idea de que ese día comenzaría a cambiar profundamente y para siempre el Paraguay.
Alfredo Stroessner, que llevaba un año en el poder, educado él mismo en el Colegio Militar Brasileño y a instancias de su hábil ministro del Interior, Edgar L. Ynsfrán, sin duda alentado y financiado desde Brasilia, iniciaba su “marcha al este” y producía un decisivo giro geopolítico en el país.Coscia le informó a Pereira Ruiz Díaz que los fondos provendrían de la Comisión Mixta Paraguay-Brasil (es decir, del Brasil) y que ya se habían adquirido para la obra topadoras, motoniveladoras, palas cargadoras, camiones tumba y traíllas. El subalterno miró extrañado al superior. Acababa de cumplir 30 años y tenía como única experiencia de cierta relevancia el haber construido “a pala, pico y carretilla” una picada de 30 kilómetros de Coronel Oviedo a Carayaó. Esta sería la primera vez que se utilizaría maquinaria pesada en una obra vial en el Paraguay.Más de cincuenta años después, desde un cómodo departamento en un coqueto barrio de Asunción, el ya retirado general Pereira Ruiz Díaz recuerda que, como todo entrenamiento, su comandante los envió a él y a todos sus soldados y oficiales a realizar un mes de práctica con los técnicos de la firma H. Petersen, que apenas sabían un poco más que ellos, para que fueran a aprender “cómo diablos funcionaban las máquinas Caterpillar”.
EN OVIEDO TERMINABA EL PARAGUAY
En Coronel Oviedo, ubicado a 135 kilómetros al este de Asunción, “prácticamente terminaba el Paraguay”, cuenta Pereira. De ahí en adelante, “monte, monte y monte”.La ruta asfaltada desde la capital tenía 72 kilómetros, hasta la localidad de Eusebio Ayala. De allí seguía un camino de ripio hasta Villarrica, y de ahí otro hasta Oviedo. Poco más, poco menos, eso era todo.El Primer Batallón de Ingeniería comenzó la obra en dirección a Caaguazú, que en aquella época era un ignoto escondrijo de bandidos. Había una pequeña parroquia, una pulpería y unas cuantas viviendas precarias. Allí se estableció el campamento, previo desalojo de los bandoleros y la fundación de una escuela para los niños, incluidos los del propio Pereira.
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“Mandé construir casas sólidas de madera con techos de zinc y pisos de ladrillo, lo que significaba un gran avance, porque hasta entonces en mis trabajos de campo yo había vivido siempre con mi familia en chozas de adobe, con techo de paja, piso de tierra y puertas de tacuarillas, donde cada mañana tenían que venir los soldados a espantar sapos y serpientes de los corredores para que pudiéramos salir”, rememora son- riente.
NI UN SER HUMANO
Luego de meses de duros trabajos y grandes penurias, en terreno desconocido y accidentado, franqueado por arroyos y riachos en cuyos desfiladeros se desbarrancaban las máquinas, lo que implicaba tiempo y esfuerzo formidables para volver a ponerlas en condiciones de operar, venciendo días de agobiante calor húmedo y otros de frío intenso o furibundas tormentas tropicales, hostigados hasta el martirio por mosquitos y alimañas y, sobre todo, por la leishmaniasis, que causaba estragos en la tropa, en la primavera meridional de 1956 la avanzada del flamante terraplén de tierra llegó hasta lo que hoy es Campo 9. Habían progresado 78 kilómetros y aun faltaban 114 para llegar a la frontera.“En todo ese tiempo y trayecto no vimos casi a ningún ser humano más que a nosotros mismos, ningún rasgo de civilización, y en lo que quedaba por delante, tampoco”, comenta el general Pereira.Los únicos poblados existentes en la zona fronteriza eran dos obrajes privados sobre el río, Hernandarias y Puerto Presidente Franco, pequeños puestos con algunas edificaciones para vivienda y depósitos, donde se enganchaban los rollos de madera y se armaban jangadas que iban flotando hasta los puertos argentinos.
A TODA MARCHA
En Campo 9, el Primer Batallón recibió la orden de meter topadoras a toda marcha y abrir a como diera lugar una picada para llegar lo antes posible al Paraná.
Pereira no lo sabía, pero el repentino apresuramiento era el resultado de dos viajes de reconocimiento que había realizado Ynsfrán, por aire y por tierra, que lo habían dejado convencido de la necesidad de fundar una ciudad en el extremo de la ruta internacional, en la cabecera de un futuro puente que uniría el Paraguay con el Brasil.El magnífico barranco del río apareció ante los ojos de los zapadores paraguayos los primeros días de enero. Inmediatamente se utilizó la vía para traer materiales y provistas y levantar un fortín.El 3 de febrero de 1957, coincidiendo con la fiesta de San Blas, patrono del Paraguay, en un sencillo acto en el cual se cantó el himno nacional, se izó una bandera paraguaya en un mástil de tacuara y se leyó el decreto respectivo, que llevaba fecha del 28 de enero, se fundó Puerto Presidente Stroessner, hoy Ciudad del Este.
TOMÓ 420 AÑOS
El Paraguay, creado como tal por los españoles en 1537, tenía por entonces apenas 1.500.000 habitantes que se concentraban en Asunción y pequeños pueblos y mal llamadas ciudades desplegados en un semicírculo con un radio de unos 100 kilómetros de la capital hacia la margen oriental del río Paraguay, de allí al sur hasta Encarnación, y un poco hacia el norte, a lo largo de la ribera del río, hasta Concepción, o tal vez un poco más, hasta Puerto Casado.Le habían tomado al país 420 años llegar a su frontera con el Brasil. A partir de allí, todo comenzó a cambiar.
Fuente: Diario abcColor, Viernes, 24 de Octubre de 2008
Por Armando Rivarola (arivarola@abc.com.py)